Halloween Hotel Carlos I Silgar
La experiencia en 2017 fue tan buena que hemos querido repetir. Nuestros chavales contaban, literalmente, los días para que llegase de nuevo la noche de Halloween. Y de nuevo la experiencia fue terrorífica.
Para nosotros, la cena-baile de haloween en el Carlos I significa aprovechar la oportunidad para marcar una fecha en el calendario que antes pasaba desapercibida. Ahora la señalamos con tanto interés como podemos hacer con fin de año o carnaval. Y estas fechas son, para nuestros hijos, como islas dentro de un mar de esfuerzo en el largo año escolar, y algo parecido podemos decir de las tareas de los mayores.
Con un guión parecido al del año pasado, aunque con los cambios necesarios para que no todo fuese igual, el hotel vuelve a sorprender por su elaborada trasformación. Un bello hotel se ha convertido en el interior de una mansión de una película de terror. Y su personal en amables zombies que nos reciben con todo el sentido del humor que requiere la ocasión.
Una vez mas vemos que se cuidan todos los detalles. Equipo de animación para los niños más pequeños con una sala con hichables, ya desde nuestra llegada. Los mayores, si llegamos temprano, podemos ir al Spa a relajarnos antes de ir a nuestra habitación a trabajar en nuestra propia transformación. El escenario nos exige un poco de imaginación y que nos lo curremos un poquito, para estar a la altura.
A las 21.30 nos congregamos en el hall. Allí estamos todos juntos por primera vez. Decenas de vampiros, muertos vivientes, brujas, brujos, niñas terroríficas etc nos hacíamos las mejores fotos aprovechando el magnífico decorado, mientras esperamos a que nos dirijan al comedor. Sabemos que el propio trayecto ya nos sorprenderá. El año pasado los zoombies nos aterrorizaban jugando a la guija, este año optaron por el ataque directo. Todo muy divertido.
Las gemelas diabólicas del equipo de animación, magníficamente tematizadas, competían con las nuestras, jajaja. Al final se hieron amigas en su tristeza.
La cena muy completa, de más diría yo (aunque mi hijo no esté de acuerdo conmigo). Los payasos diabólicos pronto empezaron a repartir fuentes con empanada y croquetas. Después, la bruja hizo, en un caldero, una pózima que sabía sorprendentemente parecido a un exquisito puré de calabaza. Le siguieron vieiras al horno a repetir a voluntad que precedían a la espectacular llegada de los inmensos jamones asados que se cortan y sirven a la vista de todo. Y de postre tarta de chocolate, buñuelos y castañas asadas. Yo sigo pensando que es de más, auque Lucas piense que no.
La cena está animada constantenmente. Entre plato y planto siempre hay algún show. No hay tiempo ni para cojer el móvil y mirar los «wachaps».
Y al filo de la media noche los esqueletos salen a bailar. Suena la música y toda las tribus del terror salimos a la pista a celebrar que este año seguimos vivitos y coleando, a pesar de las apariencias.
Tarde, aunque no tan tarde como otros, terminamos la fiesta. Nos retiramos a nuestra habitación a descansar, donde el hallowing también había llegado.
El año que viene se repite. ¿Apuntais la fecha en vuestro calendario?